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SANAR CON BOGOTÁ

Para quienes me conocen o hayan leído este blog, saben qué hace 9 años arranqué un viaje inigualable por el mundo. En ese viaje entendí cosas del mundo, de las diferencias culturales, de la vida mía y de la de otres. Aprendí de la filantropía, del altruismo y también del egoísmo. Todo o mucho de esos aprendizajes y pensamientos los documenté, en fotos, en videos, en redes y en texto. Abrí este blog que hoy en día, todo en conjunto podría ser un hermoso libro de casi 100 páginas. He mostrado lo que feliz o triste he querido compartir con otres.

 

Hoy, luego de 9 años, escribo de nuevo para hacerle una carta pública a mi Bogotá. Una carta para contarle a Bogotá y a quien quiera leer esto, la otra cara de mi viaje y todos los sube y baja que trajeron esos años lejos, pero, sobre todo, una carta para pedirle perdón por haberme ido tan llena de rabia y de dolor. Se la escribo a ella porque era de ella que huía, luego de terminar una larga relación, sin trabajo, y con dos de mis grandes amores en el cielo, Bogotá se había convertido en un cementerio de recuerdos. Cada esquina me traía al llanto, cada recuerdo me quebraba un poquito más. Así que me fui perdida, desilusionada y con el corazón en mil pedazos. Tenía un tiquete de ida a la otra punta del mundo y no tenía uno de regreso, porque no buscaba un regreso. Me estaba lanzando al mar con una extraña esperanza de que algún tiburón me mordiera.

 

Me fui, porque vivir en Bogotá y en Colombia, no me hacía sentido, me peleé con todo y con todos, pero sobretodo conmigo misma. Irme tan lejos, tan extremo a trabajar en algo que nunca me habría imaginado hacer fue lo único que parecía tener sentido. Irme para armar un nuevo mundo que me alejara de todo lo que en ese momento estaba sintiendo… Y extrañamente, y muy MUY amorosamente la vida supo llevarme y yo supe soltarme. Fluir a lo que la vida quiso traerme, a lo que quiso enseñarme, cada persona, cada idioma, cada paisaje y cada comida se convirtieron en un bálsamo que me fue curando las heridas. Me permití abrirme a construir nuevos vínculos que me llevaron a universos físicos, geográficos y metafóricos que nunca había esperado conocer. Me dejó construirme como alguien distinto, más alineada con mi propio ser, y en su camino me dejo hermanas y hermanos en tanto lugares que no alcanzo a contarles con la mano. Me trajo maestros, guías y ángeles que, con todas nuestras diferencias, me ayudaron a regresar a la vida.

 

No, nunca me sentí muerta gracias al universo, pero sí me sentía sin un propósito, apagada, sin una motivación que me levantara día a día. Ese sentimiento, afortunadamente, no duro para siempre, se fue borrando, se fue esfumando, nunca del todo porque a veces reaparece de nuevo, con la diferencia que ahora entiendo y agradezco su presencia. Y es precisamente de eso que le quería escribir a Bogotá, porque tan intempestivamente como me fui, la vida me trajo de regreso. Cuando menos lo planeaba, cuando menos me lo esperaba, una patadita de la buena suerte y volví a despertarme en el mismo pueblo dónde pasé gran parte de mi infancia, en un cuarto que extrañamente era igual a mi cuarto de cuando era chiquita. Me despertaba en la casa de mis papás luego de unos 12 años de no vivir en el mismo sitio… Eso es lo gracioso de la vida, que cuando crees que lo lograste, y te jactas de haberlo logrado, la vida se ríe en tu cara y te manda de regreso.

 

Quiero creer y siento que la vida lo hizo con la mejor de las intenciones, a pesar de todo lo que renegué cuando llegué. Pero me regresó con más fuerza, con herramientas de algunos añitos de terapia, con relaciones sumamente hermosas y con 9 años de diferencia entre dos Danielas muy distintas. Me regresó para hacerle frente a todas las cagadas que me había mandado, para perdonarme con algunos y cerrar capítulos con otros, me enfrentó los puentes que quise quemar antes de irme y a los que, sin quemarlos, se me habían roto en las manos. Sin embargo, como la vida lo quiere a uno más de lo que uno se espera, Bogotá no fue rencorosa en su recibimiento, me abrió los brazos y el corazón para que entre su caos y su belleza me reconciliara con todo lo que quise dejar atrás. Y no bastándole con eso, me demostró que aquí también había ángeles y guías y maestros del amor, la vida y el perdón. Me permitió reencontrarme con el diseño y desde ahí conocer personajes fascinantes que, con su trabajo y existencia, me devuelven la fe en esta extraña humanidad. Me dio el chance de reconectarme con una familia que ha crecido, que ahora tiene nuevas integrantes fantásticas y con ellas conocer nuevas etapas de mis primas, tías y amigas que le han dado vida a seres increíbles. Esa reconexión me enseñó que por más que avance la tecnología, el café con postrecito, las risas cuando ni miramos los celulares, o los abrazos con suspiro incluido cuando hay situaciones difíciles y dolorosas, son irremplazables.

 

Se me hincha el corazón de amor y felicidad de pensar lo afortunada que soy de poder seguir siendo testigo y participe de la vida de las personas que amo. Regresar a Bogotá, fue armar un hogar desde el amor, la ilusión y respeto con una persona que solo puede ser descrita con magia. Fue pasar los días más lindos, divertidos y de conexión con mis amigas que son mis hermanas del alma.

Así que finalmente, le escribo esta carta a Bogotá porque nuevamente emprendo un viaje, sin embargo, no es una carta de despedida sino de agradecimiento. Nuestra reconciliación o mejor, la re-significación de lo que significaba Bogotá es el mejor acto de amor propio que he podido hacer en mi vida, y es desde ese amor que hoy parto a un nuevo rumbo, a una vida que continua, se construye y expande.


Gracias Bogotá, gracias familia, gracias amigues. Los veo pronto <3





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