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Lamentos y tamboras

...Que lloras bebe, dime que te duele que lloras bebe, dime que te duele por qué se murió mi madre, no tengo quien me consuele

por qué se murió mi madre, no tengo quien me consuele...

Mientras comienza el plantón al frente de la embajada de Colombia en Noruega, de fondo suenan las tamboras y los lamentos, la gente se va uniendo con las palmas y a la mayoría las lágrimas se nos van escurriendo entre los ojos y el tapabocas. Julia (a quien no conocía hasta hoy y su nombre no es Julia), me ha pedido que la ayude a llevar una pancarta que ha hecho de tela negra, donde escribió con tiza blanca "stop killing social activist", que traduce: Paren la matanza de líderes/activistas sociales. Julia, como muchos otros, es desplazada y la violencia la llevó a tanto que llegó como refugiada con su familia (6) y unas pocas maletas en las que empacó la vida entera. Llegó porque eran ellos o su familia, la espada o la pared; entonces corrieron lo más rápido que pudieron y hace 7 meses viven aquí... Hace tiempo que vengo con ganas de escribir, no sobre la tesis que estoy haciendo o sobre mis estudios, sino sobre lo que siento... escribirlo en algo más público que mi propio diario y las palabras no me salen. Creo que no se cuajan en ningún lado porque siempre las llevo atravesadas en la garganta. Sin embargo, mientras lo escribo, van asomándose unas lágrimas a las esquinas de mis ojos y se me van soltando los hombros. Hay algo en los procesos de escritura personal que siempre me hacen sentir incómoda, hay quienes creen que uno solo se sienta y las palabras brotan, pero no. Escribir ha sido mi catarsis desde que puedo recordar. Ha sido mi forma de desprenderme de los sentimientos y dejarlos plasmados en algo más durable que los pañuelos con los que me seco lágrimas y me sueno los mocos.  Martuchi, Marthilda, Martha Perea (amiga, diseñadora, ilustradora y genia absoluta de talento y corazón enormes), hizo una ilustración hace unos días donde había un corazón en el medio y del corazón salían frases y vibraciones. Captó mi atención al segundo porque siento que eso se vive cuando eres colombian@, sin importar en dónde vivas exactamente...ser de mi tierra significa vivir siempre con el corazón atravesando la garganta y el corazón. A veces los dos al tiempo, a veces más en un lado que en otro, sin embargo, nunca se va, nunca cesa. Me siento cargando ese lamento de años de guerra que no solo he vivido yo. Cargo lo que vivieron mis papás, mis abuelos; sus luchas y sus propias batallas (tanto las externas como las internas). En la marcha van adelante las tamboras y la música, detrás vienen unos ataúdes que han hecho con cartón y son a escala humana, luego venimos nosotr@s con pancartas y luego sigue toda la otra gente, somos en total 80. A causa de la pandemia han hecho unas máscaras en blanco con una mano roja (que simula sangre), que te cubre toda la boca. Es un sentimiento extraño, vamos caminando en silencio, cantando los pregones que tradicionalmente acompañan a las tamboras. Va sonando de fondo Totó y Petrona (intercaladas), las lágrimas siguen corriendo. Los noruegos que nos ven pasando se concentran en la música y creen que vamos de fiesta (irónico, ¿verdad?). En pequeños instantes en que cierro mis ojos, voy cantando y haciendo eco de las voces de adelante mientras pienso en lo que tengo en Colombia. Pienso en mi familia y en mis amigos (la gran mayoría activistas o ligados al activismo), siento el pavor que me corre por el pecho y la frustración tan enorme de pensar que aun cuando estuviera allá, tampoco podría hacer mucho. La marcha sigue caminando hasta parar en el parlamento, ponemos todo lo que venimos cargando en el suelo, hay unas mujeres que bailan cumbia todas vestidas de blanco hacen un círculo y en el medio ponen los ataúdes; el resto, que nos quedamos afuera, vamos acompañando con las palmas el ritmo de la tambora. Es un sonido hueco y uniforme, como los ataúdes, como el vacío que se lleva dentro.  En estos casos uno siempre busca un culpable, porque la vida siempre es más sencilla cuando tienes a quién culpar...pero la culpa es también compleja. La violencia es tan parte de nosotros que nos ha entumecido el cuerpo, la mente y el corazón. Carolina Echavez subió un video a Instagram el otro día, bastante humano y sincero (cosa que le agradecí directamente), hablando entre nudos en la garganta como en tantísimos casos, en Colombia, el almuerzo se sirve mientras en el tv pasan las noticias, y nos vamos metiendo comida en el estómago mientras escuchamos como la violencia se hace cargo del país entero. Pareciera que, con el tiempo, la violencia hace parte de la mesa y es como si no hubiera forma de sacarla de ahí. Es un panorama desolador. Creo que el aprendizaje más grande de mi terapia con la psicóloga ha sido el valor infinito a la vulnerabilidad. Esa capacidad de reconocerse decaído que, irónicamente, permite que uno vuelva a levantarse. El blog lo comencé hace unos años para tener una perspectiva un poco más "luminosa” en medio de mucha oscuridad que había a mi alrededor (debido a mi trabajo); y aun cuando es cierto, que siempre hay luz en la que enfocarse...reconocer esa oscuridad y descubrir que en ella también hay un refugio temporal que te permite descargarte de la ira y la tristeza...ese sentimiento, esa capacidad está llena de valentía (y de una que yo conocí hace muy poco). Así que ésta no es una historia feliz, no hay mucha luz en el escrito, sin embargo, si al leerme ustedes se sienten un poco menos solos en ese desasosiego eterno, yo habré cumplido con la misión. 

Colombia · Ciénaga del Magdalena · 2017

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