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Cuando la casa se prende en llamas

Desde que salí de Colombia me he encontrado con cientos de personas que usualmente relacionan al país con miedo y con los narcos; son preguntas difíciles de digerir y aún más complejo dar las respuestas… porque verán, Colombia tiene una historia enorme y pesante llena de violencia y sufrimiento. Pero Pablo y sus secuaces no han sido los únicos responsables. Hoy que el país se prende en llamas, que la sangre sigue corriendo (como tristemente siempre ha corrido, solo que ahora lo hace ante las cámaras del mundo), es evidente que tan embebida tenemos la violencia y el sufrimiento. Qué tanto nos ha marcado la injusticia y que tan agotador es enfrentar esa realidad a diario. Ser colombiano es nadar constantemente contra la corriente, es intentar por todos los medios encontrar un punto de arranque, uno que de esperanza y terminar dándose siempre de frente. Lejos o cerca, es imposible abandonar a la tierra. No importa a dónde vayas, Colombia es una maleta que siempre se carga sin desempacarla. Siempre a cuestas, siempre pesante, siempre tan profundamente doliente. He pensado en la analogía de la casa en llamas, no solo porque eso es lo que sucede actualmente en las calles del país, sino porque los incendios tienen el poder de acabarlo con todo en un segundo. Porque ningún incendio de tal magnitud es apagado por un bombero que trabaja solo. La inequidad a la que nos acostumbramos, nos adormeció al dolor del otro, la indiferencia se puso en el lugar de la empatía y parece imposible volver atrás. Es impresionante seguir los medios independientes, locales e internacionales, que yo defino como impresionantes no solo porque existe un reporte muy minucioso de los hechos, sino por la valentía con la que se cuenta lo que los medios tradicionales evitan decir. Y no solo lo cuentan con detalle sino qué adicional al leerlos, al verlos, se siente su coraje y su dolor por tener que reportar cómo se nos quema el hogar a pedazos; impresionantes porque llenan de arte lo que las palabras ya no pueden explicar. Los videos, las ilustraciones, las fotografías… esas que se llenan de datos muy duros de leer y aún más difíciles de asumir. Ver a Colombia desangrarse en las calles, es un dolor muy complejo de explicar, es como estar suspendido en el aire. No siento que estoy aquí y tristemente tampoco estoy allá, no me concentro mucho, sonrío de vez en cuando y tengo siempre las lágrimas en las esquinas de los ojos. Es impotencia que se recoge en la garganta y no fluye con nada. Como sin alimentarme, camino sin mucho rumbo y duermo sin descansar. A mis amigos que han compartido la información de los medios independientes, en todos los idiomas posibles, GRACIAS. Es ridículo pensar como la empatía puede encontrarse donde menos te la esperas y perderla donde siempre la quisiste. Este no es un tema de bandos políticos, pero no pronunciarse es inconcebible. Es pararse del lado de la vida, de todos. De los marchantes, de los policías, de los soldados, de los que quedan heridos, de los que logran regresar a casa y por sobretodo del lado de esos que no regresan nunca… Sin embargo, a pesar de todo el dolor del mundo, esas fotografías y esos videos también muestran algo que estamos dejando pasar de lado. La unión que ha llevado a cientos de ciudadanos a las calles, la fuerza que tiene la comunidad, el grupo, el pueblo. El poder de los gritos, de los cantos, de las batutas sonando, de la gente bailando, incluso la resonancia de esos que rezan en silencio por todos a los que les arrebataron la vida de las manos. Esa unión que se despertó del cansancio de vivir bajo un grupo de gobernantes que históricamente han sido ciegos y sordos al clamor de su gente; enceguecidos por su ambición y sed de poder que son insaciables los ojos del que lo vea. Vamos Colombia, que el mundo se entere de que somos más que lo que nos ha marcado siempre, vamos porque hay generaciones que vienen detrás que se merecen un mejor futuro que el de nuestra generación. A por ellos!


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