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AMOUR

“Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme”.

Piedad Bonnett, Lo que no tiene nombre

Piedad le escribió un libro a su hijo Daniel. José Alejandro le hizo un documental a su papá; hay quienes escriben libros, hacen exposiciones de fotografía, exposiciones de arte, abren fundaciones y hay quienes, luego de perder a alguien a quien queremos con toda el alma, le damos un vuelco a la vida del que no podemos regresarnos.

Acabo de terminar la película AMOUR, francesa, espectacular y estremecedora. Una pareja de 80 y algo de años; ella sufre de Alzheimer y el la acompaña en sus últimos meses. El deterioro, el desvanecimiento... la enfermedad atroz que se come viva a la persona. Sin embargo, la película se trata de mucho más que de lo que hace el Alzheimer a quien lo sufre. Habla de lo que sucede con quienes acompañan a alguien que tiene una enfermedad del tipo. Una de esas en que el otro se esfuma como aire entre las manos... se nos van y no hay forma de dar reversa. Le estaba contando a Chiara, en un momento, que me dio risa, ternura y ganas de llorar, un recuerdo de mi viejito lindo que un día (hace unos buenos años), cuando mi abuelita estaba enferma lo llamamos: “papito saque al parqueadero una silla para entrar a la casa a mi mami porque ella no puede caminar y nosotras ya estamos llegando”. Resulta que cuando llegamos había sacado una carretilla con tres cojines y una cobija. Me recuerdo como si hubiera pasado ayer que estaba él ahí, parado esperando que llegáramos y tenía lista su carroza especial que había claramente construido hacía dos segundos, usando todos los recursos que se le habían ocurrido. Mi abuelita había tenido una especie de intervención y claramente no podía usar esta carretilla que el con mucho esmero había transformado y terminamos usando una silla de escritorio. Pero igual, el punto no es hablar de sillas, sino del amor. Porque había sido siempre ella que se enfermaba, de esto, de lo otro. Y el siempre ahí le seguía el paso, ni fu ni fa. Poco se enfermaba, le gustaba la fiesta, era activo, caminaba, amaba la naturaleza, se veía siempre lleno de vida... Pero la vida, como lo muestra la película y lo cuentan los libros, las exposiciones y los documentales, se va cuando menos lo pensamos.

Y vuelvo a él, porque lo pienso seguido y lo nombro constantemente, pero hay momentos de la vida donde me parece insólito no tenerlo. No siempre lloro, casi siempre me rio, pero basta con que llegue una canción precisa en el momento justo, o que algún viejito pase al lado mío caminando con las manos atrás, silbando, y con una boina gris para que me quede el corazón en la garganta y los ojos llenos de agua. Busco en esta red Fb si está la foto que quiero que Chiara vea y me encuentro con todo lo que ha sido la vida (al menos la online) desde que él no está. Es mejor decir, desde que su cuerpo físico no está. Y yo la verdad no tengo idea qué sucederá después de la muerte, pero es lindo pensar que, si el alma, el espíritu, la energía existen, la de él está siempre ligada a la mía.


Veo un sinfín de fotos de lo que benévolamente se convirtió en mi vida cuando no pude contener mas la idea de que su ausencia era muy dolorosa de sostener... en esa ciudad llena de recuerdos. Ese sinfín de recuerdos que me demuestran que ese dolor inmenso que sentía, cuando se nos fue, me empujo a vivir una vida que nunca me hubiera imaginado. A veces, cuando veo un paisaje que me quita el aire, pienso en él, en lo que me hubiera gustado que conociera a Ale, en todos los boleros que se hubieran cantando juntos. No tenía muchísimo por decir, solo que en estos meses que me he repensado tanto la vida y mis decisiones, son momentos como éste que me llenan de propósito. A veces las perdidas más dolorosas, lo rompen a uno tanto que no queda más que construir otra vida.

No quisiera terminar sin repetirte que aquí estamos para ti, como tantas veces estuviste por nosotros. Te amamos ayer, hoy y por siempre viejo mi querido viejo. muuuuuchas gracias




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