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El dolor, el miedo y la esperanza


Hace marras que no escribo y creo que se debe a que la mayoría de cosas las puedo hablar con mis amigos o mi familia y los pensamientos no se me atrancan en la mitad de la garganta… bueno, no lo hacían hasta ahora. Hoy no quiero escribir sobre un candidato u otro, ahora que estamos ad portas de una de las decisiones más cruciales que afrontamos como país, voy a escribir desde lo más profundo de mi ser multifacético. Hoy escribo desde el dolor, el miedo y la esperanza.

El dolor se siente similar a un vació que no puedo llenar con nada, un dolor profundo de ver que tan distintos somos como ciudadanos y que tanto nos diferenciamos aun con los que creímos que tendríamos todo en común. Escribo desde el dolor y algo del cansancio que me produce encontrarme constantemente con personas, con colombianos a los que nuestra propia tierra nos es indiferente. Pareciera que hemos crecido en tierras ajenas donde lo que sucede en las periferias, lo que ocurra en zonas externas o distantes a las nuestras, parecen no ser nuestro problema y nace un egoísmo en el que no concibo un mundo más allá de mis narices.

Me duele el pecho y siento una impotencia enorme cuando entiendo que hay discusiones completamente complejas de dar, no por quién se sienta en frente con un punto de vista distinto al mío sino porque quienes están alejados en ese instante no son nuestros cuerpos, ni nuestras mentes sino nuestros corazones. Porque entiendo que existe una discusión donde lo más vital no es quien encabece el titular de la noticia o quien figure en un tarjetón sino el tipo de país en el que quisiera que vivir yo, pero también en el que quisiera que vivieran mis hijos y por sobretodo el país en el que quisiera que vivieran los hijos de todos aquellos a quienes no conozco. Los hijos de las señoras que hacen el aseo de la oficina, los hijos del portero que me abre el edificio todos los verracos días… ellos también merecen un país más justo no? Uno con mejores oportunidades. Me da una risa nerviosa, dudosa y llena de dolor la frase de cajón de “no nos queremos convertir en Venezuela”. Hace unos 10 meses estábamos visitando por primera vez la Guajira y al igual que muchas veces lo vi en las noticias y en el televisor lo tenía frente a mis ojos… niños que cruzan cuerdas para que los carros paren a darles agua o comida o lo que sea, viviendo en “casas” que no son más que recintos que han construido con las uñas en dónde a duras penas duermen cinco, si el calor y el arenero tan verraco los deja. Recuerdo las familias de Jhon, Luis, Cindy, Vanessa, Alexander, Carolina, Ángelo y tantos otros que viven a la orilla del rio Cauca entre Caldas y Risaralda; familias que viven en corregimientos tan pequeños y precarios que no tienen ni agua potable, ni servicios de energía, ni centros de salud, espacios diminutos de concentración donde el tráfico de drogas y alcohol proveniente de la plata mal habida de la minería artesanal e ilegal se lleva a los jóvenes de las escuelas y los vuelve adictos de la plata rápida más no fácil (nosotros comenzamos un proceso con 50 jóvenes entre los cuáles al primer mes de trabajo murieron dos atragantados por el cauce del rio que se revotó un día cualquiera), y vuelvo y me pregunto ¿Quiénes no quieren convertirse en Venezuela? Exactamente qué parte de nuestra sociedad no quiere llegar a extremos donde no haya comida, educación, libertad de expresión ni seguridad democrática… qué tantas Colombias existen dentro de la misma nuestra…?

Bien cerquita del dolor viene el miedo… que se esconde cobarde en una esquina, ese que cada que amenaza con salir viene repleto de lágrimas y nudos en mi garganta. Uno que tiene temor cada vez que escucha el teléfono sonar con noticias de los muchachos de LIM (programa que coordino donde trabajamos con jóvenes que están, han salido o están en riesgo de estar en centros de atención especializada o centros de restitución de derechos), “¿le pasó algo?, “¿lo cogieron de nuevo? … Hace unos 4 meses me escribió Charles al grupo de what’s app diciéndome que Aldrin (uno de los chicos de Origin, el programa que coordinaba en Filipinas con jóvenes en la cárcel), había sido asesinado… salió de la cárcel y al mes afuera lo mataron. El caso no se ha resuelto al día de hoy pero mis ojos se siguen llenando de lágrimas si lo recuerdo. Yo no me puedo imaginar si yo, que vivo una parte muy muy chiquita de su realidad, me muero de miedo… cómo se sentirán ellos? Danilo (otro de mis chinos de Origin), me decía cuando salió: “uno, luego de muchos años se acostumbra a la cárcel, porque tiene un sitio fijo, un grupo de mal que bien amigos y sus 3 comidas diarias”. Mi mamá me comentó sobre los casos de inseguridad que se han presentado en Bogotá y yo que vengo de Medellín sin duda sé de lo que estamos hablando y la etapa que estamos atravesando. Colombia ha firmado un acuerdo de paz que en papel suena divino, sin embargo, la paz no se consigue con firmas de papel. La paz se construye con educación, espacios de intervención, restitución de derechos, incremento de oportunidades laborales, de inclusión… Necesitamos de herramientas que nos enseñen a ser seres diferentes, seres resilientes que puedan reponerse constructivamente de un pasado tan maluco como el que todos (unos sin duda más que otros), hemos tenido. Siento miedo de que los espacios que hemos venido construyendo con las uñas no sean suficientes para abarcar la gran parte de nuestro país que necesita un centenar de brazos que los sostengan en este proceso tan verraco que es vivir en un país tan putamente desigual, tan jodidamente injusto y que está tan lleno de personas tan altamente desprendidas del corazón de lo que debería unirnos. Tengo miedo de pensar que hay una alta población de nuestro país que creció, se formó y se hizo adulto en las filas de los grupos armados (usted póngale el nombre que quiera porque los han habido de ambos bandos), y que esa población en un escenario donde no hay conflicto, no sabe qué hacer… niños que reclutaron a los 12 años para ser parte de pandillas, combos, grupos armados, en fin, a los que les enseñaron primero a manejar un rifle, un fierro antes que supieran leer y escribir como deberían haberlo hecho. Tenemos que preparar un país donde ellos tengan las mismas oportunidades de acción, educación y proyección de vida que tuve yo o que posiblemente tuvo usted! Porque, como dijo Laura hoy, la muerte no se acaba con muerte y los malos no se acaban matando malos; porque el fin no justifica los medios de nadie ni de nada… y de ahí es que se desprende la esperanza. Una luz tímida que sale desde el alma bonita que he tenido el chance de formar a través de los años, una que me ha permitido llenar un jarrón de enseñanzas construidas con personas increíbles que día a día la luchan por hacer realidad ese país que el miedo quiere arruinar. Una luz que se ha intensificado enormemente este último año en el que ví, trabajé, dialogué y entendí el país en el que quiero seguir viviendo; una que se ha ido sumando a las luces que he ido encontrando en los corazones puros de gente maravillosa que se pone la 10 todos los días sin importar si llueve, truena o relampaguea. Gente que se la juega con toda por completos extraños intentando unir lazos que la guerra nos ha arrebatado. Un grupo maravilloso, numeroso y motivador que me ha demostrado que un país distinto si es posible. Mi papá dice que mucha gente decide su voto antes de llegar a la urna de votación y yo espero que si mi escrito no lo mueve demasiado, al menos lo haga pensar un ratico antes de marcar… usted, con su voto y sus acciones, qué país quiere ayudar a construir?


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